La Importancia del Discurso en el Cierre de la Campaña.
Ha llegado el día del cierre de campaña. Después de meses de trabajo y años de planeación, baja el telón y unos días después comenzará el nuevo acto en la trayectoria política de cada aspirante. Con estrategia, ejecución y una resistencia a toda prueba los equipos de campaña llegan a este punto culminante esperanzados y motivados, listos para ganar la votación.
El cierre será un testimonio de la eficacia y la intensidad del trabajo de candidatos, colaboradores, y simpatizantes. En su diseño se invierten muchas horas para que su armado, logística y convocatoria reflejen la confianza de un proyecto ganador.
Al evento asistirán otras candidatas y candidatos, líderes partidistas, y personalidades de la sociedad que con su presencia avalan el proyecto. Hablarán de sus beneficios y de los riesgos que entraña el del adversario. Todos esperan un cierre nutrido, con amplia presencia en medios electrónicos e impacto en redes sociales.
De pronto, empieza la música. Entre porras, tamboras y matracas los minutos avanzan. El maestro de ceremonias anima a la gente que responde con gritos y aplausos mientras agita sus banderas. Uno a uno hablan los invitados y todos coinciden en que éste es el mejor proyecto, el que va a ganar, el que va a gobernar y a gobernar bien.
La candidata, el candidato, sonríen ante cada reconocimiento, con el puño en alto se suman a la emoción de la gente, con la mirada agradecen cada gesto de solidaridad política, con la mano sobre el corazón reconocen la amistad de los presentes.
Sin dejar de disfrutar en cada instante, sienten el nervio ante la inminencia de su turno.
Saben que su presentación debe ser impecable, sus palabras resonantes y su presencia memorable.
Mientras aplauden, en su mente revisan cada línea de su discurso, recuerdan sus entonaciones, reviven las pausas y saborean la ovación que sienten tan próxima.
Termina el orador que le precede y, mientras el maestro de ceremonias le presenta con palabras generosas, respira hondo y avanza hacia el reflector. Ha llegado su momento tras el podio.
La pregunta es, ¿está preparada, está preparado?
Como pocos fenómenos sociales, la campaña política es discurso. Paolo Fabbri lo dice bien cuando reconoce que la singularidad del discurso político radica en su capacidad de convocatoria. Cada acto de la campaña, por minúsculo que sea, representa al proyecto en su conjunto y lo que dice, lo dice en nombre de quienes integran ese universo.
De ahí que, si el discurso de cierre no surge de las narrativas de candidatas y candidatos, de sus campañas, trayectorias y retos de vida, sus discursos quizá sean bonitos y estructurados, pero estarán vacíos de mensaje.
En política como en pocos ámbitos discurso equivale a experiencia compartida: el simpatizante participa de los avances y logros de su líder. Conoce su camino, sabe de donde viene y hacia dónde va, y quiere formar parte de ese sendero, que entre ambos han convertido en una épica abierta a todo público.
Esta es la razón por la cual el discurso político es más que un texto para leerse; es el conjunto de ideas que soportan la estrategia política desde el ámbito de la comunicación. Cada frase, cada acto, cada saludo, cada recorrido de la campaña es, o debe ser, una manifestación de ese discurso. Y esto es especialmente cierto en el cierre de campaña.
Para que la o el líder político lleguen preparados a este momento, en su discurso deben considerar lo siguiente:
El evento es en sí mismo una extensión del discurso. En palabras de Aristóteles es ethos: dice con claridad y vehemencia “esto somos y hacia allá vamos”. Para ese momento, la campaña debe ser un sistema de valores entendidos entre el candidato y sus seguidores. Si en el discurso hay que hacer justificaciones, algo anda mal.
En el mismo sentido, hay poco espacio para el argumento y la razón. Dos o tres datos deben ser suficientes para estructurar el mensaje. En este ámbito si se apuesta por la lógica, es mejor que ésta sea contundente.
El discurso de cierre es el terreno de la emoción, del pathos. Es momento de remembrar la campaña, sus sabores y sinsabores. Es momento de reconocer la labor titánica de un grupo de personas que, a fuerza de entregar volantes, hablar con extraños y resistir sus críticas, construyeron una familia. Y, sobre todo, para reafirmar el compromiso que la o él líder adquirió con esa familia, la cual ahora es también suya.
Si el discurso de cierre es ethos, entonces el cierre del cierre debe ser su apoteosis: la celebración de una gesta heroica en la que, por las razones que dicta la estrategia (básicamente cambio o continuidad), nos jugamos el futuro.
Y esto es verdad para cualquier campaña, sea para la presidencia de la República o para el Ayuntamiento más modesto. Somos seres humanos y nos mueven los mismos sentimientos y valores compartidos de identidad y sentido de pertenencia. La diferencia es de grado.
Llegar preparado al cierre de campaña significa dar a nuestros seguidores la oportunidad única de formar parte de algo mucho más grande que ellos mismos. Y esa es la más poderosa de las ideas.