El Partido Discursivo
Por Eduardo Marín
Unir dos dimensiones que parecen irreconciliables es una labor que, a un primer vistazo suena compleja y hasta imposible, pero si se observa con detenimiento es de lo más común y lo hacemos todos los días a través de las figuras del lenguaje, la retórica y los refranes populares.
Todo el tiempo hacemos uso de alegorías, metáforas, comparaciones, personificaciones, hipérboles, y un largo etcétera. Este tipo de figuras conectan campos semánticos buscando explicar una realidad en un momento específico, pero con un sentido distinto y más amplio que el original.
Cuando decimos “llueve a cántaros” nos referimos a una lluvia muy fuerte, no a que existan cántaros en el cielo y se dejen venir para empaparnos. Cuando estamos muy ocupados y de repente nos llega ese instinto devorador llamado hambre, solemos decir “me muero de hambre” aunque claramente nadie está muriendo y se puede vivir con hambre durante cierto tiempo. Lo mismo sucede en otros grandes temas de lo humano como el amor, la locura o la muerte. Siempre hay un espacio para lo que hay más allá de lo que es.
Los usos del lenguaje en nuestra vida cotidiana son infinitos como sus posibles permutaciones pero hoy, a propósito de la gran finalísima de nuestra querida Liga MX, quisiéramos detallar la forma en que su empleo ennoblece al deporte más popular del mundo.
El futbol es un juego que, por su naturaleza, es fértil terreno retórico. La presencia de la metáfora muchas veces pasa desapercibida, pero es precisamente ella quien le da colorido. Las narraciones de las y los comentaristas son épicas porque con su gran talento hacen suceder las cosas que el mismo juego nos niega. En otras palabras, la retórica narrativa hace las veces de emoción futbolera cuando ésta brilla por su ausencia.
Una de las figuras más emotivas, por el misticismo que encierra, es el balón. Después de tejer con esmero una jugada, llega el balón a los pies del delantero, quien tira y…. la vuela. Al desafortunado hecho sigue el lamento de miles en el estadio, acompañado de un silencio finito que permite escuchar el llanto del balón al ser golpeado de esa manera. En esta figura el balón se vuelve persona y expresa una emoción humana: la tristeza. O, ¿qué tal si en una de esas decimos que si la pelota tuviera vida propia, decidiría adónde ir? Aquí la figura es la ironía, que con elegancia sutil remarca la falla del delantero.
Decía el recientemente fallecido César Luis Menotti que el futbol es un juego de errores, porque gana quien los comete menos. Menotti, técnico campeón del mundo con Argentina en 1978 y quien en algún momento dirigió los destinos del Tri, será recordado más por sus dotes en el uso del lenguaje que por sus logros futbolísticos, que de ninguna manera fueron pocos.
Decía el Flaco Menotti que el balón es como un compás, ya que marca el norte del juego. Aquí se compara a la pelota con un instrumento de navegación que guía el curso de las acciones; un elemento que orienta y es capaz de definir por sí mismo su destino.
El escritor Eduardo Galeano, otro argentino amante de las letras se reconocía como un mendigo del buen futbol: “voy por el mundo, sombrero en mano, y en los estadios suplico una linda jugadita por amor de dios.”
En México no nos quedamos atrás. Juan Villoro, uno de nuestros escritores contemporáneos más emblemáticos, dice que las palabras llenan las horas en las que el futbol está vacío, lo que es un pensamiento muy seductor, porque nos habla de lo que no se ve: “no es posible reparar por escrito lo que no se hizo en el césped”.
El tramado entre el futbol, la vida y las palabras conforme el uso, va adquiriendo colores que tiñen la identidad y dan personalidad a las cosas. Reparar por escrito lo que no sucede en la realidad es una labor que requiere creatividad, conocimiento y precisión. Es patear un balón con intención de algo, ya sea despejar el área, cambiar de juego o tirar a gol. En cualquiera de lo casos siempre tendrá que existir claridad y dar un mensaje a los demás compañeros en defensa o ataque.
En el futbol como en la escritura se requiere de control, así como de comunicación asertiva entre jugadores. ¿Cómo se hace? Por un lado, con estrategia, pases cortos, cambios de ritmo y regates; cuatro palabras como sugeriría don Fernando Marcos. Por el otro, con creatividad: poner un pase filtrado entre oponentes para marcar posición de ventaja frente al marco y dejar que el delantero estrella castigue a la bola como si fuera la única oportunidad para meter el gol. Quizá lo sea: como en el cine, el futbol establece un lenguaje original que hace su práctica universalmente atractiva y comprensible a partes iguales.
Cuando necesitamos decir nuestra idea del juego a través de la palabra, la realidad no es tan disímil como en el futbol. Ya frente al papel o frente al monitor, requerimos control sobre ciertos elementos como la ortografía, la gramática y la sintaxis, para después ponerlos en juego. Es el tiqui-taca de la escritura: la redacción simple.
La meta es trasladar las palabras del lado del receptor, esperando que el mensaje, cual centro al área, sea recibido, entendido y, sobre todo, aprovechado.
Cada pase, cada pared, cada tiro, cada idea de nuestro discurso, incrementa las posibilidades de tiro al arco rival, de poblar el área contrincante, y de vivir el éxtasis del gol.